Escuela de Capacitación CePA.
Centro de Pedagogías de Anticipación.

Curso en Sede:
"Familia y Escuela en la Diversidad", Primer Cuatrimestre.
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Núcleo:
"Sujetos e Instituciones."

Diseño y Publicación del material, Prof.Patricia Mendy.
2007

viernes, 15 de junio de 2007

El Bola. Archivo fílmico.

Archivo Fílmico Pedagógico Problemas actuales de la educación desde el cine.
Eje: Infancias. El Bola. Marcas de adultos en cuerpos infantiles. Por Alejandro Vagnenkos

El Bola es un niño de 12 años que vive maltratado por su entorno familiar, especialmente por su padre que lo golpea. Su situación familiar, que oculta avergonzado, le incapacita para relacionarse y comunicarse con otros chicos. La llegada de un nuevo compañero al colegio le da la posibilidad de conocer una realidad familiar completamente distinta. A partir de aquí, se desencadena la historia de Pablo –El Bola– un niño que busca ayuda y necesita ser escuchado.
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(Para escuchar el video colocar en "pausa" la lista musical de la columna lateral)



Hay películas cuyo impacto reside no tanto en lo que muestran sino en lo que sugieren, en lo que dejan entrever en sus detalles, en lo que nos hacen suponer que ocurre más allá de los márgenes de la pantalla, es decir, en el fuera de campo. Una de esas películas es El Bola. La violencia familiar es el gran tema... pero no el único.
El detalle que muestra en primer plano las marcas de las golpizas que proporciona el padre de Pablo (“el Bola”, apodo que deviene de una bola que Pablo lleva de mano en mano permanentemente) que se ve en el film, en pequeñas dosis, nos involucra con ese pequeño cuerpo golpeado sin necesidad de caer en el morbo de tener que mostrar cómo se produce semejante humillación. Sólo quien se interese por el otro, quien pueda notar la “singularidad” de este niño, podrá notar esas marcas. Y quien se da cuenta de estas marcas es un amigo nuevo que llega a la escuela, Alfredo.
El fuera de campo1 logrado por este film nos atrapa en la historia, nos involucra, esperamos que ocurra lo peor, y este efecto se multiplica por su sigilosa preparación, por las muchas veces que el espectador imagina que, fuera de campo, hay un niño maltratado, violentado física y psicológicamente.

¿Qué “marcas” podemos dejar los adultos en los niños?
¿Qué hacemos con lo que vemos en nuestras escuelas, con los chicos que llegan “marcados” en sus cuerpos? ¿Cuántas veces este “fuera de campo” se nos presenta en la escuela? ¿Qué podemos y debemos hacer con aquello que sucede fuera de nuestra mirada pero que nos involucra, con estos niños maltratados en sus vidas?
¿Cuándo estamos obligados a intervenir y cuándo debemos dar paso a otras instituciones? ¿Qué derechos son los que se vulneran cuando se maltrata a un niño? ¿A qué llamamos maltrato infantil? ¿Cuáles son “las marcas” que nosotros dejamos sobre ellos? Las golpizas, que duelen y mucho sobre estos cuerpos “en construcción”, ¿son las únicas marcas que los adultos pueden dejar?
La profesión de Juan, el padre de Alfredo, amigo de Pablo, es la de tatuar cuerpos. Delante de Pablo, diseña una figura sobre el de su hijo, provocándole dolor pero, al mismo tiempo, inscribiéndole una marca estética. Con sus golpes y sus insultos, el otro padre, Manolo, sólo inscribe dolor y represión sobre el cuerpo de su hijo. De cómo estos dos cuerpos escritos de diferentes maneras pueden acercarse, construir una amistad y dar un paso esencial en su constitución como sujetos, es –en definitiva– aquello de lo que da cuenta el film.
1 El fuera de campo no puede pensarse sino en relación con el campo. Puesto que remite a todos aquellos elementos que no están en campo pero que son supuestos o sugeridos por éste más allá de los límites del recuadro cinematográfico.

Menciona Elvira Martorell2 sobre el significado del tatuaje:

“Los tatuajes pueden simbolizar un pasaje iniciático en una cultura desprovista de dichos ritos, indicar pertenencia a un determinado grupo cultural juvenil, ser metáfora del amor físico, o valer como novela autobiográfica, en tanto letra escrita.
Pueden representar una forma de embellecimiento del cuerpo o de su apropiación; denotar transgresión, constituir un signo de identidad. O valer por la firma, como nombre propio de quien lo porta.
Se trata, justamente, de una etapa donde se produce una nueva construcción corporal, donde se hace necesario asumir una imagen del cuerpo, que se impone desde lo biológico como ajena.
El cuerpo escrito, marcado, perforado, dibujado, a la vez inscribe, recorta, separa, produce, realizando una operatoria sobre el sujeto, en el tránsito de ser ‘menor’ a ser ‘mayor’, que implica la pubertad.”

Pablo y Alfredo están dejando de ser niños. Alfredo fuma a escondidas de su padre, lo desobedece y desafía en actos, no va a la escuela, visita a su padrino enfermo a pesar de la negativa de su padre. Pablo no puede más que murmurar su desprecio hacia su padre, es humillado y no puede responder, sólo puede correr e intentar desaparecer de la vista de su padre, quiero huir de las marcas que inscribe su padre en su cuerpo. Alfredo desobedece pero no huye, necesita a su padre y se deja marcar por él.

“El duelo por la infancia, la pérdida de ese cuerpo infantil y la necesidad de la separación, del desasimiento de los padres, en la búsqueda de una autonomía, que carece muchas veces de parámetros en los que apoyarse”... (Elvira Martorell). Pablo necesita un adulto que lo acompañe en su pasaje, y sólo lo encuentra en el padre de su amigo. Si es posible encontrar “sustitutos” en este pasaje de los niños, ¿qué papel le toca a la escuela y a los adultos que habitan en ella en el acompañamiento de niños desamparados, carentes de adultos que acompañen este doloroso proceso?
La caída de la autoridad tradicional en nuestra época renueva la pregunta por el lugar del Padre y la ley, en lo que hemos planteado como desafiliación. Aquí hay un padre que no puede más que golpear a su hijo, otro que acompaña, asume su rol y es protagonista del “pasaje” de su hijo.
¿Qué rol entonces debe y puede jugar la escuela y los adultos que trabajan en ella? ¿Cómo restituir la Autoridad “legible y visible”3 de los adultos que están para acompañar a los niños, cómo lograr que las marcas de los adultos sean a la vez duraderas y flexibles, que marquen sin dañar la libertad de los niños?

¿Cuáles son las marcas que hoy los docentes dejan en los cuerpos de sus alumnos? ¿el enseñar, cuidar, es marcar? ¿Cuál es la duración de esta marca? Hay tatuajes que “duran” toda la vida, otros duran meses, otros solo minutos, ¿de qué orden son los que dejamos los adultos en la escuela?...

El tatuaje del padre de Alfredo puede servir no sólo de metáfora para pensar la inscripción paterna, sino también la escolar, pero no sólo la escolar que se hace necesaria cuando no hay padre que inscriba, sino la escolar propiamente escolar, la que es común al con y sin padre...

Cuidar y proteger más allá de las familias...
La historia de "El Bola" comienza a cambiar cuando se incorpora un nuevo compañero de colegio, con el que el chico entabla una amistad. A partir de ese momento, Pablo descubre que existen otras realidades. Que en la familia de Alfredo se vive de otra manera. Que el padre y la madre de su amigo enfrentan los problemas cotidianos desde otros niveles de comprensión y cariño, que él desconoce. A la vez que encuentra en el padre de su nuevo amigo un modelo que a él mismo le gustaría tener, de ese modo el Bola se anima a contar a los otros el maltrato que recibe en su hogar.
Quien puede ver en el Bola los detalles en el cuerpo es “el nuevo”, y en quien puede
2 Elvira Martorell. Conferencia: “Tatuaje y piercing en la pubertad: marca, corte, inscripción. Una aproximación al valor subjetivo de estas prácticas en los cuerpos juveniles”
3 Sennett, Richard (1980): La autoridad, Alianza Editorial, Madrid
confiar Pablo, aquel que se interesa en él, que lo redescubre en esa escuela, en esa aula entre todos sus compañeros. Sólo la presencia de alguien nuevo como Alfredo da cabida a que Pablo pueda confiar su dolor. Vale aquí la pregunta: ¿por qué la presencia de alguien nuevo le da confianza a Pablo? La escuela y los compañeros parecen no conocer el problema, las escenas escolares que muestra el film dejan siempre fuera de foco a los adultos que allí “cuidan” a Pablo; los docentes aparecen en un segundo plano, allá a lo lejos, en primer plano esta la cara de Alfredo, preocupado por su nuevo amigo.
Pero, ¿qué es lo que descubre Pablo a través de Alfredo? Una familia. Para todos, él la tiene (tiene una madre, un padre, una abuela) pero dentro de su casa sólo existe la filiación sanguínea, nada más. Uno por violento (el padre), la otra por sumisión y sin poder brindar protección (la madre), ninguno puede cuidar a este niño de 11 años. En esta instancia, aparece un nuevo problema a resolver dentro de la película, que sucede a menudo en la escuela: el niño decide cambiar su historia hablando de lo que le pasa, pero, los que están del otro lado, ¿cómo hacen para ayudarlo y hasta dónde pueden entrometerse en una historia intramuros como lo son las historias de violencia familiar? La única forma, que es la que adopta el Padre de Alfredo, es involucrándose en la situación. Aquí no hay ley que en principio proteja al Bola de los golpes de su padre, no hay opción, o viola la ley protegiendo al niño o el amigo de su hijo puede morir.
Pues entonces, ¿en qué lugar nos ubicamos? ¿Para que “usamos” la ley? ¿Podemos ver, sin hacer algo con eso que vemos? El padre de Alfredo parece no tener opción. ¿La tenemos nosotros cuando llega un niño en esta situación? ¿Qué posición debemos tomar frente a lo que vemos... y hasta dónde podemos ir?

¿Cómo y a quién cuidamos?
“El cuerpo infantil será marcado por el cuerpo del Otro: desde la alimentación, a los cuidados, desde las caricias a los castigos corporales; desde la palabra decodificando sus necesidades al contacto corporal directo”. Elvria Martorell
El padre de El Bola no es más que un señor reconocible en cualquier ciudad, que saluda a los vecinos, no está desempleado, habla con sus clientes y hasta pasa por la escuela a buscar a su hijo, le da comida, techo y educación, pero ¿lo cuida? En este punto es posible hacer referencia al film “Los cuatrocientos golpes” (François Truffaut, 1959) donde la película trabaja con la misma secuencia: el diálogo de Antoine sobre el final del film con la psicóloga (sucede dentro del Instituto de menores donde el niño esta recluido) en el que puede asumir, detalladamente, toda la violencia de la que fue objeto por parte de su madre –Antonie es abandonado por ella– en la Francia de los años ´50. Y aquí reside la dificultad que antes traté sobre qué hacer con aquello que escuchamos, que los niños se animan a contar y las consecuencias de intervenir sobre aquello que inducimos a que nos cuenten. La suerte de Pablo no es la de Antoine, pero esta suerte esta fundada en un adulto que se ha hecho cargo no sólo del “te escucho”; los niños en los dos filmes pudieron hablar, pero sólo en el caso de Pablo alguien se jugó por fuera de lo puramente institucional... pudo cuidar.
Voy a limitarme a introducir una distinción entre dos maneras distintas de considerar al otro, que dan lugar a dos formas diferentes de cuidarlo. Me refiero a la distinción que realiza la filosofa Simone Weill4 entre “persona y singularidad”.
La categoría de persona rescata del otro lo que éste tiene de universal, aquello en lo que este sujeto no se distingue de ningún otro. Cuidar a un sujeto en tanto persona es respetar sus derechos y recordarle cumplir con sus obligaciones. Pero este carácter universal que constituye el lado positivo de la categoría de persona es, al mismo tiempo, su mayor limitación. Porque tal universalidad es ciega al carácter singular del sujeto que se le enfrenta y que reclama cuidado también y sobre todo en este respecto. En relación con ello dice la filósofa francesa Simone Weil: "Tu persona no me interesa". Esta frase puede tener lugar durante una conversación afectuosa entre
4 Weil, Simone (2000): “La persona y lo sagrado”. Archipiélago: Cuadernos de crítica de la cultura, 2686, Nº 43, pags. 79-103.
buenos amigos sin herir aquello que hay de más delicadamente susceptible en la amistad. Porque en definitiva la persona se identifica con la humanidad, es decir, con una abstracción que no siempre esta disponible para el otro de carne y hueso que me interpela.
Por el contrario, Weil enfatiza que decir llanamente: "No me interesas", es una frase que un hombre no puede dirigir a otro hombre sin cometer una crueldad y lesionar la justicia. Porque lo que allí entra en juego es otra dimensión del sujeto. Ya no se hace referencia a su universalidad en cuanto persona sino a su irreductible singularidad.
Según Weil, la singularidad del otro me pone en presencia de aquello que hay de sagrado en todo hombre. Y lo sagrado exige una forma de cuidado totalmente diversa de aquella que se deja atrapar por fórmulas jurídicas. Weil define lo sagrado del siguiente modo: “Hay, desde la primera infancia hasta la tumba, en el fondo del corazón de todo ser humano, algo que, a pesar de toda la experiencia de los crímenes cometidos, sufridos y observados, espera invenciblemente que se le haga el bien y no el mal. Esto es lo sagrado en todo ser humano antes que ninguna otra cosa.”
Es obvio que este Cuidado Singular, uno a uno, es muy difícil de sostener en la escuela, pero no por eso podemos perder lo singular de cada situación y también el de su resolución. Un relato reconstruido en base al llevado a cabo por una vicedirectora, de los tantos que suceden hoy en las escuelas, puede dar más pistas para pensar:

Al segundo día de mi llegada a la escuela se produjo un incidente a la salida que me conmocionó. Una maestra, a los gritos, trae a un alumno a Secretaría. A viva voz dice que Daniel le robó (sic) la gorra a un compañero. Revisa (mejor dicho da vuelta) el contenido de la mochila, a la vez que expresa a los gritos:
- ¡Yo ya conozco a esta familia! Son famosos por quedarse con cosas ajenas...
Daniel, con los ojos inyectados, la insulta (“vieja puta”) también a los gritos, junta sus cosas y se va.
Llamo a la maestra a mi despacho y le explico ciertas cuestiones reglamentarias, pero por sobre todo le hago saber que bajo ningún aspecto voy a tolerar este tipo de situaciones. Le recuerdo nuestro rol como docentes y alumnos. La maestra subestima mis palabras y con desdén contesta:
- Usted todavía no lo conoce. Los pibes de esta escuela en su gran mayoría son o pronto serán delincuentes, como Daniel. Es cuestión de familias....
Con el correr de los días las quejas sobre Daniel son constantes. Cuando se acerca a mi despacho a conversar, primero me mira con desconfianza y se niega a toda conversación. Cuando lo invito a sentarse y le digo que podemos hablar con toda sinceridad y le cuento la fea impresión que me causó lo sucedido con respecto a la gorra y la Srta. Marta, va tomando seguridad y comienza a contarme porque está tan enojado, insulta y se porta mal: le dicen "negro"; las maestras le dicen a sus otros hermanos (son cinco en la escuela, siete en total), "son los Ojeda ¡qué familia!”; algunas veces le dicen si no le da vergüenza venir sucio...; y me dice que no le dieron la posibilidad de explicarles que él trabaja hasta el mediodía, sale del depósito mayorista y viene corriendo a la escuela. Suele llegar tarde porque pasa a buscar a sus hermanitos por el comedor comunitario del barrio.
Charlamos, le ofrezco que ante algún problema se acerque para conversar. Le propongo una estrategia: cuando esté por insultar y/o pegar, se acerque a mí, nos tomemos fuerte de la mano, y sin palabras yo me daré cuenta que es lo mismo que contar hasta mil antes de explotar.
En mayo, me accidenté en la escuela y estuve un mes con licencia. Daniel se acercaba a la Secretaría, preguntaba por mí y me mandaba saludos. Desde que nos encontramos, nos escuchamos y le destino un tiempo de atención, Daniel sigue llegando tarde algunas veces, se enoja y no quiere trabajar, pero... me toma de la mano con frecuencia. Para mí es mucho y creo que para él también lo es...

Este relato, como tantos, a la vez que nos reenvía a situaciones por muchos conocidas, deja entrever los límites que las condiciones de trabajo en las escuelas imponen a nuestra tarea, a las dificultades
que atentan contra la escucha, la paciencia, el tomarnos unos minutos para hacer lugar a la vida de los chicos.
La ley, la norma, lo institucional por un lado y las personas por el otro. ¿Cómo nos hacemos cargo de lo que escuchamos, podemos hacernos cargo? ¿Cuál es él limite?

FIN DE UN JUEGO, desaparece el BOLA, aparece PABLO
El juego favorito de este grupo de chicos (tienen entre 11 y 12 años, son los compañeros de escuela del Bola) es una suerte de ruleta rusa ante el paso de un tren: se coloca una botella en las vías de un tren que se acerca, los contrincantes se ubican enfrentados y deben saltar lo más próximo posible al paso de la máquina, ganando el que, además de conservar la vida, logra quedarse con la botella que debe atrapar en el salto. Coquetean con la muerte, la locomotora se acerca y hay que saber esquivarla, en cada salto se juegan la vida.
¿Quiénes juegan? Todos no... a Alfredo (el amigo nuevo, recién llegado a la escuela) parece no importarle este juego, y al Bola tampoco. Apuestan a otra cosa, van a las vías, son cómplices del juego pero no lo practican, son parte del secreto.
Cabe preguntarse cuál es el concepto del riesgo que opera en estos niños con este “juego”... ¿lo podríamos llamar juego? Porque Alfredo y Pablo no participan de los saltos, tampoco los censuran, acompañan y saben callar el secreto ante los adultos.
El dilema es cómo podemos intervenir sin violar el secreto entre los niños, cuando la vida de éstos está en peligro.
El juego termina con el Bola, Pablo deja su bola en las vías del tren y la locomotora pasa sobre ella, el Bola parece desintegrarse, desaparecer, y dejar paso a Pablo. Antoine, en “Los cuatrocientos golpes”, se escapa del Instituto y comienza una carrera a la búsqueda del mar, lo encuentra y parece ser feliz...
Los films tienen un final, a menudo feliz. En las escuelas los chicos terminan su escolaridad, se van, se despiden, sólo hay muy pocos que volvemos a ver, pero las marcas quedan y volvemos a la pregunta inicial: ¿Qué “marcas” podemos dejar los adultos en los niños?

FICHA TECNICA
Título: El Bola El Bola
Dirección: Achero Mañas.
Guión: Achero Mañas, Verónica Rodríguez.
Intérpretes: Intérpretes: Juan José Ballesta (El Bola, Pablo), Pablo Galán (Alfredo), Manuel Morón (Mariano, padre del Bola), Gloria Muñoz (Aurora, madre del Bola), Alberto Jiménez (José, padre de Alfredo), Nieve de Medina (Marisa, madre de Alfredo), y Ana Wagener (Laura, asistente social), Soledad Osorio (abuela del Bola).
Año: 2000
Origen: España
Duración: 88 minutos

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